Importaciones tradicionales
11 Octubre 2013 Escrito por: Daniel Gatti
Andrés Thomas Conteris tiene 52 años y es estadounidense. Es de madre uruguaya, y a esa uruguayidad debe “su despertar a la conciencia pública”, según dice. Fue en los setenta cuando supo que su tío, el escritor Híber Conteris, había caído detenido en la lejana Montevideo acusado de pertenecer al mln. “En ese momento me enteré de muchas cosas. Por ejemplo que mi país estaba enviando a América Latina la última tecnología en tortura, y que inspiraba y exportaba el terrorismo de Estado que aplicaban las dictaduras de por aquí.
Y supe luego que un señor nacido en mi país al que le habían colocado una placa en homenaje en la universidad de la ciudad en que yo estudié, en Richmond, Indiana, el señor Dan Mitrione, había adiestrado años antes a los policías uruguayos en las técnicas de la tortura.” Una década después, en 1987, uno de sus primos, Marcos Conteris, hijo de Híber, moría en Nicaragua combatiendo a “la contra”, financiada y pertrechada por Estados Unidos. Desde entonces Andrés comenzó decididamente a utilizar su apellido materno.
Pero nada de eso lo trajo a Montevideo la semana pasada. O todo de eso. “Vine para denunciar las torturas que Estados Unidos ha generalizado en las cárceles de dentro y de fuera de fronteras. En esas prisiones de extrema seguridad que se reparten por todo el país, o en los black sites, los sitios negros, los centros clandestinos que poseen las agencias de inteligencia estadounidenses, por ejemplo, en Afganistán, o en Guantánamo”, dice, y la manera en que denuncia “al conjunto de ese sistema” hace fundamentalmente al asunto.
El viernes 4 Andrés Conteris cumplía su día 89 de una huelga de hambre que empezó el 8 de julio en Estados Unidos, al mismo tiempo que 30 mil presos en las cárceles de California dejaban de alimentarse. Reclamaban, entre otras cosas, dice Conteris, el cese de los sistemas de detención en aislamiento indefinido o de aislamiento “extensible”, “dos modalidades atroces de tortura que se aplican en total violación de los derechos humanos más elementales. Hay 80 mil presos en condiciones de aislamiento en todo el país, 80 mil, una cifra increíble, y muy pocos lo saben”.
Cinco meses antes, un grupo de detenidos en la cárcel de alta seguridad que Estados Unidos tiene en su base en territorio cubano, en la bahía de Guantánamo, iniciaba un nuevo “ayuno radical”. Ya habían hecho varios, pero esta vez se decían “dispuestos a ir hasta el final”. Llegaron a ser 106, sobre un total de 164, los presos en Guantánamo en huelga de hambre. La gran mayoría están detenidos desde hace más de diez años, y no saben hasta cuándo. Se los sospecha de estar vinculados con Al Qaeda, pero nunca han sido juzgados, ni siquiera acusados. Están allí, “a disposición”, en el limbo reservado a los sospechados de ser “combatientes enemigos”. Más de ochenta fueron declarados “no peligrosos” y “liberables” por tribunales militares, pero nada. Barack Obama prometió cerrar la cárcel cuando ganó su primera elección, en 2008, pero allí sigue la unidad especial de detención dependiente del Comando Sur. Hoy quedan 19 huelguistas de hambre, todos ellos forzados a alimentarse. Piden que se los “legalice”, se los libere o se los deje morir. “El Estado les niega todos esos derechos”, dice Andrés Conteris, que también “por ellos” decidió su propia huelga, y por ellos la continúa hoy, luego de que los presos californianos abandonaron la suya en setiembre. Desde el 8 de julio perdió 25 quilos, pero asegura que tiene resto como para resistir. “Estoy listo para acompañarlos mucho tiempo. Hasta que el último de los detenidos en Guantánamo vuelva a alimentarse. Uno de los 19 que quedan empezó mucho antes que los demás, en 2008. Espero no llegar yo a los cinco años de ayuno. Eso sí no lo aguantaría.”
Antes que él hubo otros. Él menciona especialmente a Diane Wilson, una mujer de 63 años que aguantó un ayuno de 64 días y en julio intentó ingresar a la Casa Blanca trepando la reja perimetral para “recordarle en persona a Obama” su incumplida promesa de cerrar Guantánamo.
El viernes pasado Andrés Conteris escenificó ante las rejas de la embajada de Estados Unidos en Montevideo las condiciones en que lleva a cabo su huelga de hambre. “Me alimento como lo hacen los presos de Guantánamo”, dijo, vestido con un mameluco naranja similar al uniforme de los detenidos en la base naval y atado a una desvencijada silla de ruedas, minutos antes de que una enfermera voluntaria le pasara por la nariz, con una sonda, un suero con vitaminas. “Es la experiencia más dolorosa que atravesé en mi vida, uno siente que se ahoga, que se parte, pero a diferencia de los presos en Guantánamo a mí no me están torturando. La enfermera lo hace con mi consentimiento. Yo elegí este modo de protesta y estar aquí para mostrar a otros lo abominable de la alimentación forzosa, declarada una forma de tortura por las asociaciones médicas, y para sensibilizar a la gente sobre la gran tortura en las sombras, la de la prisión en aislamiento, indefinida, la de las prisiones clandestinas.” Conteris repitió la escena en Buenos Aires, el martes 8, hoy viernes debía hacerlo ante el consulado estadounidense en San Pablo y el martes 15 en Santiago de Chile.
En la mañana del mismo viernes 4 moría en el estado de Louisiana, en el sur profundo y racista de Estados Unidos, Herman Wallace. Wallace era uno de los últimos integrantes de Panteras Negras presos. Tenía 72 años, y hacía más de 40 que estaba detenido en “Angola”, como llaman a una enorme cárcel construida sobre una antigua plantación en la que trabajaban esclavos traídos desde África. Había sido condenado a cadena perpetua por un asesinato que siempre negó haber cometido, y desde 1974 estaba encerrado en un cuartucho de dos metros por dos sin poder tener contacto con ningún otro de los 5 mil detenidos en el lugar. Hace algunas semanas un juez invalidó el juicio en que se lo había condenado, por una serie de irregularidades comprobadas (se fraguaron pruebas en su contra y se ignoraron evidencias en su favor, por ejemplo), y ordenó su liberación inmediata. Wallace salió de “Angola” el martes 1, pero tenía cáncer terminal de hígado. Murió menos de tres días después, casi sin ver la calle, en un hospital universitario. El año pasado el cineasta Angad Bhalla hizo un documental, Herman’s house, basado en los relatos telefónicos de Wallace a la artista Jackie Sumell sobre cómo imaginaba la casa “en que le gustaría vivir si fuera liberado”. La periodista Amy Goodman, una de las fundadoras de Democracy Now!, un boletín radial y digital de “contrainformación” que se emite y se escribe en inglés y español, recordó esta semana la descripción que hace Wallace en Herman’s house sobre cómo soñaba el momento de su liberación: “Soñé que llegaba al portón de entrada y había un montón de gente allí. Y no lo podrás creer, pero salía bailando ‘jitterbug’. Hacía todo tipo de locuras y tonterías. Y la gente se reía, simplemente se mataban de la risa hasta que salía por ese portón. Y recuerdo que en el sueño me daba vuelta y miraba alrededor. Todos los demás reclusos me saludan desde la ventana, alzando los puños en el aire. Es fuerte. Es tan real. Puedo sentirlo ahora mismo que lo estoy contando”.
El viernes 4 en Montevideo Andrés Conteris, que también es periodista de Democracy Now!, recordó a Herman Wallace y pidió al puñado de personas que fueron a acompañarlo a la embajada que dijeran presente cuando mencionara su nombre. En “Angola” permanece Albert Woodfox, otro ex Pantera Negra detenido junto a Wallace al que le revocaron tres veces la condena pero continúa en confinamiento solitario. Woodfox ya es el preso con más años pasados en condiciones de aislamiento total en el mundo. Estas cosas suceden hoy en el país que exporta la democracia y los derechos humanos a bombazos, clamó Conteris, mientras el viento de la rambla arreciaba y por allí pasaban algunos curiosos que lo miraban, quizás, como a un alucinado.